Cosas asombrosas están sucediendo en Congo. Yo transcribí las grabaciones, lo escribí en papel y les estoy enviando lo que el sacerdote misionero p. Basilio Muamba contó, con sencillez y sinceridad, frente a una audiencia numerosa en la sala de conferencias de la Misión de Kananga. Son auténticos y fáciles de comprender!

Padre Basilio contó:

«En 1996 realicé un viaje misionero a Dimbelenge, acompañado por un joven, cantor del Centro Misionero de Kananga, y un otro joven que vino con nosotros en el camino.

Cuando llegamos, nos encontramos con los antiguos fieles que me había bautizado el año pasado y algunos a la espera de ser bautizado ahora. Nos dieron una casa para pasar los días que estaríamos pasando cerca de ellos.

Entre los que esperaban el bautismo, era un hombre que mágicamente lanzaba rayos y ya había matado a muchas personas.

El líder tradicional de la aldea le castigó impidiéndole beber agua del río de la zona de Mukamba.
Bauticé los que esperaban para el bautismo y entre ellos bauticé el mago también.

Hice el prosforo y lo dejé para la Divina Liturgia del día siguiente. Los tres fuimos a dormir.

A las 4 de la mañana un fuerte viento comenzó a soplar, que hizo estremecer toda la casa. Me arrojé de la cama y escuché los dos jovenes - mis acompañantes, llorando y gritando:

- Padre estamos muriendo, ven a salvarnos.

Oía a los ninos, pero yo no podía moverme y llegar a la habitación de los niños.

Me di cuenta de que yo estaba vivo porque sentía mi cabeza. Sin embargo, todo mi cuerpo estaba paralizado.

Tenía conmigo una cruz que me ha dado una vez el difunto Padre Hariton en Tsikamba. Lo había puesto sobre la mesa desde la tarde. Pensé en tomarlo y hacer una oración. Pero no podía estirar la mano.

Los niños siguieron a llorar más fuerte.

Traje con dificultad la mano en mi pierna, me hizo la señal de la cruz y realicé que podía moverme.

Me senté en la cama con las piernas colgando, pero el viento me lanzaba de una pared á la otra del cuarto. Con dificultad, golpeando de un lado a otro contra las paredes salí de la habitación, pasé por la terraza, donde vi a mi moto derribada, volcada en el borde de la terraza y me dirigí hacia la habitación de los niños. Entré, los agarré de la mano; sus ropas estaban rasgadas, casi desnudos, vomitaban y tenían diarrea. Fue alrededor de las 6 de la mañana.

En el patio de la casa había un vigilante nocturno que vive con toda su familia en una casa en la misma parcela. Él había oído lo que estaba sucediendo en nuestra casa, pero no podía acercarse a nosotros para ayudarnos. Llevé los niños fuera, les dije a quedar en el porche y me volví para entrar en la casa.
 Empecé a llamar al guardia por su nombre. En algún momento llegó. «Usted no entiende nada de lo que está sucediendo?», yo le pregunté. «¿Entiendes lo que pasó toda la mañana?».
«Lo he oído todo», dijo «pero no pude encontrar la fuerza para acercarme a ustedes».

Le pedí para ir a llamar algunos de mis familiares, que residen en esta zona, y los fieles.

La mañana tuve que celebrar la Divina Liturgia.

Muchos creyentes se acercaron y algunos de ellos me dijeron:

«Todo lo que sucedió la noche, había sucedido, porque usted bautizó ayer el líder de los «fulminantes». Sus amigos pensaron que: «Vamos a molestar y desafiar ahora, el que bautizó a nuestro líder».

Salí por un momento fuera del área que en breve iba a celebrar la Divina Liturgia. Algunos creyentes y algunos aldeanos que no eran bautizados me dijeron:

«Ellos querían matarlos, pero no lo consiguieron. Nosotros también creemos que su Dios es fuerte, verdadero. Pues, pedimos, que usted bautiza todos nosotros».

Los bauticé y el líder de los «fulminantes» se fortaleció aún más de que nuestro Dios es el Dios verdadero.

Se terminó el viaje y regresé a Kananga.

Cuando iba hacer el próximo viaje, el Obispo me dio una cruz, diciendo: «Cuando usted llega, arroje esta cruz en el río de la región y diles a los creyentes a nadar, para encontrar la cruz y traerla a usted».

Tiré la cruz. Muchos creyentes se bucearon en el río para encontrarlo. El hombre que lo encontró y lo trajo fue el líder de los «fulminantes» que había bautizado en el viaje anterior.

Regresé a Kananga.

Durante las celebraciones del Pascua, algunos fieles que venían de Dibelenge y entre ellos el líder de los «fulminantes» vinieron a celebrar en el Centro del Misión.

Yo presenté el creyente que encontró la cruz al Obispo y el Obispo le dio un regalo.

Tenía la costumbre de caminar descalzo, y ahora comenzó a usar zapatos.

También comenzó a beber agua del río, hasta entonces prohibido a él.

† El Obispo del África central, Ignacio


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